15.7.16

Somos sangre, somos carne, somos hueso, agua, arena y piedra. Tan físico y tocable, pero también tan lejano: Somos una bolsa llena de cosas que no podemos entender cómo funcionan. Qué fatalidad; encontramos satisfacción al resolver las incógnitas del camino, pero también es cierto que no hay magia más dulce que aquella de la que se nutren las cosas que no sabemos. Somos lo que se ve, ay pero somos tanto, tanto, tanto de lo que no se puede ni siquiera pispear. Y ahí diferimos, porque ¿cómo podemos universalizar, o intentar, una definición de lo que somos, si nosotros mismos estamos tratando de explicarnos desde diferentes perspectivas, ya que nosotros en sí somos distintos? No todos entendemos lo mismo, y siempre vamos a distar de acertar en la generalización, porque nosotros somos todo menos corrientes. Somos cuatro elementos, y a la vez mil más. Dicen los que saben, que tenemos polvo de estrella en algún rinconcito del cuerpo. Pero, otros que también saben afirman que contemplar el cielo de noche es como mirar al pasado, ya que esas estrellas están muertas hace milésimas de años y nosotros vemos esa estela, esa muerte. Quizás por eso somos tan naturalmente intemporales. Quizás por eso siempre llevamos un poquito de muerte con nosotros, como acechándonos pero nosotros también aferrándola, como si ese último escape que da miedo fuera la red que nos va a atrapar si algo sale muy mal. Después de todo, algunos juran que es como nadar pacíficamente para siempre. Pero nadie sabe.
Y algunos no saben nadar.
Somos agua, dulce, salada, turquesa, sucia. Tiene que haber un por qué de lo fuerte que es nuestra conexión con el océano, más allá de cualquier asimilación con lo líquido del vientre de nuestra madre y más allá del origen de la vida en este medio acuático. Hay algo de esa inmensidad en nosotros, que no llega a abrumarnos porque es parte de uno, y da tanto miedo abrir los ojos abajo del agua que simplemente aceptamos que lo desconocido no puede tocarnos si estamos dispuestos a dejarlo ser. Es una cuestión de respeto hacia nuestra oscuridad