18.10.14

Mamá

Hoy no es un muy buen día. Creo que mi humor coordinó con el clima y me siento depresivamente lluviosa, o algo así. Pero, no te preocupes, no siempre sos el responsable de mis malhumores, tengo un par de cosas en la agenda que te hacen competencia a la hora de romperme en pedazos. Hoy voy a hablar de mi mamá, ya que mañana es el día de la madre y quizás es por eso que me siento mal, a veces mi cuerpo se adelanta a cosas que mi cabeza todavía no comprende, y me siento mal de repente y después me doy cuenta por qué; esto me pasa desde que todo se empezó a ir a la mierda, hace, van a hacer, tres años. Yo a mi mamá la amé con el alma, como hace cada hijo y eso es indiscutible porque es ley del mandamás allá arriba, y no importa lo que haya pasado entre ustedes, un hijo y una madre (o padre) tienen una conexión más allá de otra cosa, eso es inexplicable y, a la vez, innegable. Pero yo estoy muy enojada todavía con mi mamá. El 22 de febrero del 2013, mi mamá se suicidó. A mí no me gusta decirlo así porque suena muy oscuro y todavía se me pone la piel de gallina cuando se lo cuento a alguien de confianza (creo que esa sensación se me va a quedar para siempre), así que digo que falleció, y cuando me preguntan por qué a veces miento y digo que ella estaba muy enferma (aunque tiene un poco de verdad), y otras veces me sincero y les digo que ella tomó la decisión y pastillas de más. Nunca escribí sobre esto porque todavía le tengo miedo a las sensaciones que me abrazan cuando pienso en ella, la mujer de mi vida, la más grande amiga que tuve desde que nací y la unión que tuve con ella desde que se enteró que yo venía en camino, ella con 19 años. Ya me empiezan a amenazar las lágrimas, que son como una autodefensa porque me limpian el corazón de los recuerdos tan nítidos de esa noche eterna de Viernes de febrero. No hace falta escribir sobre cómo fue porque sé que es algo que nunca voy a olvidar, porque tengo un agujero en el medio del pecho que me sirve de recordatorio y se cerrará durante todo el año para volver a abrirse cada vez que se cumpla un nuevo número de aniversario. Fue la pérdida más grande que tuve, esa que te marca, que significa un fin de ciclo y el comienzo de un nuevo "vos". Y yo me di cuenta de que había subestimado el asunto tanto, tanto, y fue tan inesperado, no te das una idea de cuánto. La comida que estábamos cenando al momento que mi papá recibió una llamada, LA llamada, me empezó a saber a tierra, a cenizas, a cosas fúnebres. Mi ser sintió algo que mi mente insistía en eliminar. De repente, me sentí como si pesara dos gramos, me bajó el azúcar hasta el infierno y tenía náuseas de aire, de saliva, de nada. Y todavía no sabía nada, porque me enteré unas horas después, pero mi ser, mi alma ya lo sabía, lo sabía hace horas porque un pedacito de mí se fue con ella también. La intuición es increíble, es algo enigmático, se siente y ya. Esa noche me funcionó de maravilla. Mi papá dijo tres palabras por teléfono y estaba a metros mío, pero no sé cómo fueron suficientes para que cuadrara todo y entendiera lo que estaba pasando, y lo escuché como si estuviera al lado mío. Por eso digo, mi ser lo sabía desde el momento en que había ocurrido, que no sé porque es hasta el día de hoy que tengo muy poca información al respecto. El 22 de febrero del 2013, nací de nuevo cuando mi mamá murió. Así de crudo como se lee, así se siente diariamente, y es algo que me pasó a los 18 años, una muy corta edad en comparación a lo que me falta vivir, si Dios quiere, sin mamá. Mi mamá era una persona muy dulce, la mejor cocinera, me hizo torta de cumpleaños hasta los 17 años, siempre con el mismo empeño y granas de colores, le gustaba dibujar y tenía una creatividad enorme cuando me ayudaba con ideas para el colegio, ella había estudiado maestra jardinera hasta que yo nací y lo dejó, así que hacía cositas con cartulina, brillantinas y esas cosas; Era muy inteligente, siempre me apoyaba en todo lo que yo quería hacer y me aconsejaba en cada aspecto de mi vida, super presente en todo. Me acuerdo de una anécdota un poco graciosa, pero que en el momento me hizo enojar muchísimo: yo tenía como once años, no me acuerdo muy bien, y escribía en un diario íntimo sobre todos los chicos que me gustaban en el primario y de mis noviecitos y así, y ella un día tomó mi diario íntimo, lo leyó y me escribió en la última página que no tenía que ilusionarme con el amor, que era muy chiquita y demás. Imaginate, cuando yo lo leí le dije que no se metiera, "yo sé lo que hago", "yo amo a Pepito y él me ama a mí", etcéteras. Ella se reía cuando pasaban cosas así, y yo después también. Mi mamá me ayudaba en todo lo que podía y escuchaba todo lo que yo decía, mis sueños, mis planes frustrados; yo fui muy soñadora desde pequeña y, como contarle mis aventuras a mi entonces cachorrita ovejera Luna no era suficiente porque ella no podía contestarme, la molestaba a mi mamá mientras cocinaba, limpiaba, pagaba las facturas o veía películas en inglés con lentes porque no leía muy bien los subtítulos. Era mi superheroína y me lo demostraba en cada oportunidad, sin lugar a dudas, podía confiarle absolutamente todo. Pero, esta historia tiene dos etapas totalmente diferentes una de otra, blanco y negro. La primera parte transcurre hasta mis quince años y la segunda parte es post-quince años. Si la primera parte narra un sueño, la segunda cuenta la más cruel de las pesadillas, y yo la viví y, no sé cómo todavía, la sobreviví.
Mis papás se conocieron de muy jóvenes, como a los 17 años, y se enamoraron y se casaron, cosa que no es muy común en la actualidad, pero en esos tiempos sí. Mi papá era un tiro al aire, a veces siento que todavía lo es, pero con un corazón enorme, y mi mamá era la típica niña bonita que, ojo, tenía dos hermanos varones muy celosos; pero mi papá se la bancó. Los dos vivían un poco lejos, cada uno con familias con sus asuntos particulares y todo, pero hicieron que funcionara y yo siempre estuve orgullosa de esa parte de la historia, era muy princesa y su caballero, "y vivieron felices para siempre". Mi mamá quedó embarazada, imaginate, no sabía qué hacer porque ninguno de los se lo esperaba, obvio, pero mi mamá quería tener al bebé (yo), mi papá no. Él era un pendejo de veinti-tantos al que lo único que le importaba eran los Guns y las motos, así que era entendible que una beba en camino le significara el fin del mundo, de su mundo. Sin embargo, acá estoy yo, después de que cada uno asumiera las responsabilidades que le correspondieron. Se casaron, se amaron, tuve una hermanita a los 5 años que ahora es una señorita preciosa, una casa que hizo mi papá, llena de recuerdos y momentos maravillosos (mi papá es medio inventor, así que teníamos cosas realmente asombrosas, aunque nunca nos construyó la típica y yanqui casita del árbol), vacaciones hermosas, flores, vida. No me puedo quejar, no quiero, porque mi vida era perfecta, una burbuja rosa donde cada capricho era correspondido (con límites también, obvio) y había mucho amor puertas adentro cuando los monstruos vinieran a atacar desde afuera. Pero un día, los monstruos ganaron. Si me preguntaran la fecha exacta en la que las cosas comenzaron a derrumbarse feo, no podría darla porque no fue un día en que alguien se levantó rayado y se terminó todo de un día para el otro. Fue un acumulamiento de cosas, como es casi todo, o como te dicen que es cuando no tienen ganas de explicarte qué pasó realmente. Es que yo no lo sé, realmente, y cuando las peleas entre mis papás comenzaron a hacerse costumbre, ahí es cuando realmente estás acorralado: es una rutina que no podes terminar porque es lo único que conoces, que sabes hacer, y porque uno se olvida de cuando las cosas eran color de rosa porque a veces lo negro, lo oscuro, cubre totalmente los buenos recuerdos. Cuando la pasas mal, realmente mal, y, lo peor, cuando te acostumbras a ello, las cosas buenas comienzan a parecerte de alguien más, de otra persona, de algo que te contaron o viste en una película. Ya no sentís que son recuerdos tuyos, te parecen mentira y tan falsos que no crees posible que te sucedieron a vos, porque le sucedieron a una persona que ya no sos vos, que desconoces. Qué asco, ¿no? Realmente, no se lo deseo ni a mi peor enemigo (aunque mi peor enemigo usualmente soy yo misma, ridículo). Y así, vivíamos en un constante mundo gris que giraba cada vez más lento y no había paz, literalmente, si nos sentíamos bien en el silencio y nos dábamos cuenta, al segundo aparecía alguien a corromper esa tranquilidad, como si no se nos permitiera el descansar un momento. Nada bueno parecía legítimo, y nos sentíamos "bien", apropiados, cuando venía la guerra, porque para eso éramos buenos nada más. No nos aguantábamos en paz, sentíamos la necesidad de romper algo y cagarnos a palos (metafóricamente. Nunca nadie me tocó un pelo) para respirar. Y eso es una mierda, no, peor, es más que mierda, es un sustantivo que todavía no existe, que lo conocen aquellos que de verdad tocaron fondo. ¿Qué es tocar fondo? Es querer morirte así, subestimar la felicidad y creer que no existe, querer nadar eternamente en depresión, y sé que quizás suena ilógico pero ustedes no se dan una idea de cuánta gente "vive" así y, lo peor, se sienten cómodos en este ambiente, lo disfrutan, va, no, no es que lo disfrutan, pero están tan familiarizados con estar vacíos que se asustan si alguien les tiende una mano honesta. Yo lo sé, a mí me pasó por quién sabe cuánto tiempo, porque esa niñita que tuvo el mundo en sus manos ya no existía más. Nos habíamos convertido en personas grises, en una familia que apenas compartía conversación en la cena, que prefería llenarse la cabeza con pavadas de la televisión que sentarse y admitir que teníamos que cambiar. Y así vivíamos el día a día, ahora en una nueva casa, con cosas materiales lindas y cada vez mejor económicamente, excelentes notas en el colegio, un nuevo integrante en la familia (mi gato), pero risas falsas, llenos de la nada, esa nada que te deja un sabor horrible cuando te levantas a la mañana y te das cuenta de que seguís vivo, y maldecís porque te querés morir, la verdad. Te querés morir. Qué oración fuerte, ¿no? Me habrá pasado un par de veces, no recuerdo cuántas ni con tanta severidad lo llegué a pensar, pero que lo pensé, sí, lo pensé. No sabía cómo hacerlo porque ni siquiera cuando toqué fondo me creí capaz de matarme, soy una cobarde en ése sentido porque amo estar viva y me pongo a llorar si me agarra un calambre, pero sí lo consideré en algún momento, no puedo decir que no lo hice. Estaba llena maldad, no sabes cuánto. Lo que soy hoy y ahora es el espejo totalmente inverso de lo que era en ése momento. Tenía muchos amigos totalmente falsos e interesados de mala manera para conmigo, pero trataba de pasarla bien con ellos y ellas porque no me gustaba volver a mi casa y hacía lo posible para no volver: me llenaba de tarea extra, empecé inglés a la noche para volver y que todos ya se fueran a dormir en apenas una hora, pasaba HORAS en Internet leyendo, hablando con el mundo entero, llorando. Llorar. Lo que yo lloré, es increíble. Y sí, mi vida era una absoluta mierda y todo lo que hacíamos como familia era horrible porque todos sonreíamos, sí, parecíamos una familia perfecta y sumamente feliz, pero nosotros sabíamos que estábamos hechos de plástico, que detrás de esas máscaras escondíamos monstruos que se mataban a insultos y objetos voladores en mi casa. Y nos salía tan bien, actores de primera línea, es difícil que te salga bien el fingir amor, cariño y todo eso que había quedado enterrado para siempre. Porque nunca más volveríamos a ser lo que fuimos, lo sabíamos, no importara donde nos fuéramos de vacaciones, los lujos que tuviéramos, las palabras de aliento y los "Te quiero" ficticios a los que los demás aspiraban cuando nos veían y demás fachadas, no importaba nada porque éramos una porquería atómica y la bomba que alimentábamos estaba a punto de explotar, esto no daba para más. El fin del fin, como me gusta decirle, pasó un 6 de Enero del 2012, un día interminable. No hace falta dar muchos detalles escabrosos, pero ése día sentí que, literal y no lo puedo explicar del todo bien, se me fue una porción del alma, de inocencia que nunca más iba a recobrar. Hubo un arma, un ataque de nervios, un forcejeo que de sólo recordar me hace rechinar los dientes, una corrida hasta la puerta que se sintió como querer salir del infierno mismo, miles de llamadas, esperar en la esquina de mi casa, en pijama, llorando a cántaros, con mi hermana menor de la mano al borde de colapsar del miedo... Yo no sabía si mi papá iba a escapar vivo de ahí, y con eso lo digo todo, realmente. Esos cinco minutos que esperamos a que mi papá saliera de mi casa, fueron los primeros cinco minutos más largos de mi vida que tuve jamás, y el alivio que sentí al verlo venir hacia nosotras no te lo puedo explicar. Parecía una película de acción. Nunca tuve tanto miedo en esta piel. Estuvimos a punto de morir. Mi hermana dijo ver que mi mamá sostenía un arma el día anterior (5 de enero) cuando yo no estaba en casa en ése momento, y me agarran escalofríos cuando escucho esa vocecita de nena muy chiquita otra vez, recordando el miedo escrito en los ojos, lejos de ser una metáfora. Miedo. No sabes lo que es el miedo hasta que viene y te llena de un sentimiento asqueroso, pegajoso, un knockout. No sé, no quiero decir que sentí miedo porque la palabra me suena muy chiquita para lo que significó esa experiencia. Fue un shock, inesperado hasta para la clase de familia en que nos habíamos convertido, porque si bien nos creía capaces de muchas cosas, nunca pensé que hubiera alguien en el mundo lo suficientemente lleno de odio como para querer acabar con la vida de quien estuvo en tu panza. No sé. Ahí se cerró un capítulo pasivo de mi vida, porque sin duda alguna yo había pasado por distintos estados de depresión, ira, soledad y adversidad, sí, obvio, pero ahí me di cuenta (como a la vez caí en cuenta de muchas otras cosas) de que todo eso que se había sentido tan mal en su momento no era NADA en comparación de lo que iba a venir a partir de ése corte, de ése día. Este no era mi estado de total ruina todavía, y ojalá lo hubiera sabido, y ojalá hubiera podido escaparme del torbellino. Hoy en día sé que si algún día alguien me pide que le cuente la historia de mi vida, le voy a decir, con una sonrisa, que es un poquito temprano para un cuento de terror. Pero, si insisten, lo voy a tener que hacer, cosa que no me gusta mucho porque, más allá de cualquier desgracia y de lo mal que nos hace a los seres humanos el recordar cosas que parecen propiedad de otros seres, a veces siento que no lo estoy diciendo de la manera apropiada, que no aprendí todavía a ordenar las palabras para transmitir exactamente cómo se sintió. También me da miedo poder hacerlo porque no quiero que el sentimiento recaiga en alguien más, como los lectores solemos sentirnos cuando leemos algo apreciado para nosotros, queremos apropiarnos hasta del respirar del autor. No quiero que mis monstruos aprovechen la oportunidad de salir un poquito a espantar otras almas, y mucho menos quiero ser yo quien les de la llave. No sé si algún día me saldrá contarlo más espontáneamente. Es tan fácil como difícil hablar de tus héroes. Es aún más difícil aceptar que ellos también tienen defectos, y a mí me da pánico hablar de mi mamá y dar en el otro una mala impresión. No quiero que los demás la juzguen, así como tampoco quiero que me juzguen a mí porque ya tengo suficiente conmigo misma para culparme mortalmente, para recrear mil veces alternativas del problema y los "qué hubiera pasado si...". Por eso, a veces es mucho más cómodo guardármelo para mí misma, dejar que la batalla se de acá adentro y sin terceros que, al fin al cabo, muy poco importan. Somos egoístas, sí, tanto en Economía como en Humanidades y en lo que quieras. Me queda mucho por aprender en el arte de traspasar los asuntos del alma en hojas o html acá, pero creo que voy por buen camino, al menos, resulta terapéutico.
Yo amo a mi mamá que está en el Cielo y me cuidará para siempre, así como yo la guardaré en lo que queda de mi corazón, junto a nuestras historias juntas, juegos y buenos capítulos del libro de la vida. Sé que algún día la voy a perdonar, comprenderé que ella me amó como a nadie más (y a mi hermana) y que no terminó con su vida porque no me amaba lo suficiente, sino porque ella estaba enferma y había dejado de ser. Sé que hoy es difícil, pero no imposible, y voy a encontrar la aguja en el pajar para poder vivir en paz conmigo misma y con lo que soy y seré. Te extraño muchísimo, mamá, quisiera que estuvieras cada día que pasa y cada noche de desvelo. Te perdono, nos perdono el mal que hicimos, la familia que no fuimos, la historia que manchamos. Guiá mis pasos desde ahí arriba, por favor, y ayudame a seguir amando quien soy, a fortalecer mis buenas cualidades para contrastar mis indiscutibles defectos, a convertirme en una buena mamá el día del mañana tras tus pasos. Soplame en sueños las respuestas a las ecuaciones de este viaje llamado Vida y cantame una canción de cuna a mi nombre para que parezca especial.
Te amo, má. Feliz día mañana, mi ángel.