17.2.15

Muchas cosas cambiaron en mí desde que te fuiste. Pero, supongo que me gusta pensar en que empecé a cambiar desde mucho antes de conocerte, sabes, que soy una persona totalmente diferente desde el verdadero principio de este cuento de mierda. Porque cuando vos me conociste, ya estaba todo mal y el relojito corría y corría. Así que, sí, así suena mejor en mi cabeza porque no quiero que te lleves todo el crédito. Si bien me rompiste un poquito, no son los hombres los que cambian a las mujeres inteligentes, sino las circunstancias de la vida. Pero, ahí entramos en contradicción cuando revelo tan convincente resolución. Porque de lo único que me acuerdo es de cómo era yo hace seis meses, y no me acuerdo de algunas cosas que pasaron antes de conocerte, y eso dice algo. Porque si tengo nítida la imagen de algo así como felicidad con vos, nuestra relación y todo lo que conlleva eso, y si no recuerdo nada más, entonces se me derrumba la hipótesis. Porque tu ida fue realmente lo que apagó la luz acá adentro, y es así por mucho que me cueste admitirlo, y capaz también sea así que algunos hombres sí pueden afectarnos tanto. La excepción a la regla. Después de todo, nosotros dos nunca fuimos como los demás. En realidad, muchas cosas cambiaron en general y aunque los días pasan y pasan como en una ruedita con imágenes totalmente iguales pegadas con cinta scotch en las paredes, insignificantemente sinónimos unos a otros, es evidente de que las cosas se siguen moviendo, mis pulmones se siguen abriendo, el mundo sigue girando aunque no sé muy bien para qué lado. Y así, muy lentamente y como de repente, te das cuenta de que las cosas cambian. Da miedo, la eventualidad es el monstruo más temido por muchos, porque nos volvemos carne débil cuando lo anónimo y desconocido se nos cruza en el camino, pidiéndonos que lo alcancemos a tal lugar como favor. Toda nuestra vida tratamos de prepararnos para lo que sea, ¿no? Y admiramos al valiente, al atrevido héroe que está hecho de roca y músculos y muchas ganas de hacerse el mártir pero con estilo. Todo lo que un ser humano es se reduce a un cerebro adentro de un cuerpo con uno o dos sistemas que son la biológica justificación de nuestras acciones. Somos una mente, una computadora chiquitita que piensa las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana, por un mes, durante todos los años que Dios o quien carajo sea decida que es nuestro tiempo total para jugar un ratito acá abajo. Y, entendés, cuando se nos pone en frente una situación temerosa, sea de la índole que fuera, desde un robo con feliz desenlace hasta escenarios propios de una mismísima película de horror o el género que quieras, no sabemos cómo reaccionar, cómo carear el tremendo hecho de que vamos a estar jodidos para siempre desde éste día. Ahí, no somos máquinas. Ahí, volvemos a ser carne, a ser cuerpo, porque el cerebro (lo que somos, al fin y al cabo) se queda en blanco, literalmente literal. Y es muy loco cuando te ponés a pensar en algo así, sabes, porque pareciera que ahí existe una especie de respuesta universal o algo así. Cuando no sabes qué hacer, cuando realmente tartamudeas y tus ojos ven pero no hacen foco en lo más cercano, cuando te encontró el momento más puro de "¿Qué mierda hago ahora?" en tu vida, ahí, no sos más que un cuerpo: huesos, sangre, pelo. Un par de brazos y unas piernas que no saben qué hacer porque no hay nadie ya que diga cuáles son los exactos pasos. La práctica no valió la pena, supongo, porque al final Hércules nunca existió, ni tampoco ése enorme estereotipo de héroe, mente maestra, puf, porque se fue. ¿Cuántas veces te sentiste así, tan vulnerable que te dolió el pecho de sólo considerarlo así? Obvio, ahora es fácil, porque ahora tenés todas las soluciones arriba de la mesa pero, en ése momento, ¿quién estuvo? Nadie, absolutamente nadie, ni siquiera vos mismo porque no fuiste más que un cuerpo, carne sucia que va creciendo con cada vez menos moralidad. Pero, no te preocupes, porque de alguna forma estamos todos juntos en esto de sentirnos solitarios, ya que a todos nos pasó al menos una vez.
Desde que te fuiste, escribo mucho más. Dulce placer, amargo castigo. Más que nada tonterías y a veces me olvido de lo lindo que es éste idioma porque juego un poquito más con el inglés, haciéndome la que me pertenece desde siempre. Tengo un problema con los subtítulos, hablando un poquito del tema (y no tanto, ahora te vas a dar cuenta): Ya casi ni los leo, y me hace sentir orgullosa de mí misma porque aprendo y, a la vez, paso un buen rato porque sabes cuánto me llena el alma el cine, sea del país que fuera mientras sea bueno. Pero me molesta eso, me saca el sueño. No puedo ver una película sin quedarme dos o tres horas pensando sobre ella, ya sea la trama, las conclusiones o los personajes, después de haberla visto. Y si la vi antes de dormir, después no duermo hasta que finalmente me quedo dormida a un horario de ésos que sabes que no vas a tener suficiente descanso para tener un día útil el día de mañana. No sabía por qué me pasaba. Si bien podía mirar una película extensa y enteramente en inglés sin pispear los subtítulos, me obsesionaba con leer cada párrafo, oración, puntuación, y si me perdía de algo, retrocedía la película hasta que el audio concordara (aunque no cultural ni metalingüísticamente) con el familiar idioma en arial blanco 12. Eso me pasa desde que te fuiste, ahora lo entiendo, no me puedo perder de ningún detalle, no, nunca más. Y qué perjudicial es eso para una perfeccionista innata como yo, te darás cuenta. Supongo que así es ahora que no estás, porque antes, me acuerdo, cuando nos pasábamos la totalidad del mediodía y unas horas de la tarde de algunos días de la semana, mirando muchísimas películas en la sala de mi casa, esto no era problema. No.
No había problema, en realidad. Pero, después caigo, nunca conociste alguien como yo (y dudo que vuelvas a hacerlo) y, como dije, en situaciones así, en pánico y desconcierto, el ser humano se vuelve carne. Sos un cuerpo. Vacío, ridículo, nada más. Sos un cuerpo.