28.4.15

temporal Que dura por algún tiempo, pero no es fijo ni permanente

Todo se tapa, nada se cura, estoy casi convencida. No sé si creo en el destino y en que todo está previamente delimitado, el "destinado a pasar" me suena un poquito demasiado lleno de azúcar y Bella y Bestia. Pero sí me gusta más la idea de que a uno las cosas lo manchan, y ciertos acontecimientos empiezan a poner paréntesis y multiplican, modifican toda la ecuación. Pero no es que se van así nomás, no podemos poner la vida y nuestro historial en el lavarropas. Ojalá. Nuestra vida y sus tres tiempos (pasado, presente y futuro, que es una ventanita circular) es una habitación de un hotel enorme que nadie conoce, lleno de puertas y más puertas y, cuando sos bien viejito y estás un poquito roto de más, ahí conocés el pasillo por vez primera y te hacen caminar, gatear o arrastrarte hasta la recepción para entregar la llave y que te redirijan a la terraza o al sótano (uf, ahí hace calor). Entonces, es tu habitación, tuya, lo único que poseés en este mundo flotante son cuatro paredes en un principio blancas. Después las vas a ir decorando, van apareciendo fotos de momentos sobresalientes, cartitas viejas en un cajón rellenas de las palabras que te dijeron y te gustaron y no podías creer merecer, y a veces todo eso se va llenando de polvo a medida que pasa el Señor Tiempo o todo se va a la mierda y quemás el cajón, el peluche, dándole un efecto papiro divino, pero no te va a gustar el olor a quemado hasta que dejés de llorar de a poquito. Juguetes de la infancia, libros que empiezan a actuar como sostenes de tus intereses más profundos, pilares en tu composición como persona: música, arte, todo lo lindo que muchas veces no se estudia sino que se experiencia. Retratos familiares que se agrandan y siempre tenemos lugar para uno más, o de esos que hacen mucho zoom para ignorar a algunos que estuvieron y ya no, viejos jugadores en tu juego, no te preocupes que todos tenemos de esos. Algunas notas que te sacaste en el colegio, avioncitos de papel o notitas de amor/odio con el compañero que te gustaba, el amor de tu vida cuando tenías doce años, cuando sus citas eran en los recreos del día o solamente en el primero si el muchachito era demasiado tímido. Helados, tu comida favorita, el olor que tenía la cocina de la casa de tus abuelos, frazadas favoritas, almohadas que se acostumbraron al redondel de tu cabeza, mascotas adoradas y lloradas a pecho abierto y sangrando cuando nos abandonaban después de cortos diez años. Infancia de colores de las tortas de cumpleaños y globos y peloteros, de las medias que más te gustaban y llevabas a escondidas porque no combinaban con tu uniforme del cole. Adolescencia psicodélica, llena de cosas nuevas, cuando descubriste por primera vez cuánto se podía llegar a amar y también te diste cuenta de cuánto podes resistir a pesar de todo, de cómo tu cuerpo, tu carne insiste en supervivir a toda la mierda que te están tirando, de cómo se puede seguir caminando y viviendo sin corazón. Acá finalmente entendés la literalidad de las cosas, acá dejás de subestimar a los poemas y a esas boludeces cursis que decían los vaguitos románticos. Ya entendés la muerte, o al menos tratás, buscás, curioseás mucho más. Y no sabes si te da miedo, pero no podés negar que su misterio te hipnotiza cuando no podés dormir a la noche y te preguntás si estudiar vale la pena o por qué giramos constante y parasiempremente alrededor de un pedacito de papel que asegura ser 20 pesos y tu única puerta a este mundo cifrado en códigos de barra por todos lados. Preguntas existenciales, libros (o resúmenes si no te querés amargar tanto) de filosofía, historia, fotografía, matemática en mi caso... empezás a cuestionar todo más allá de lo que te pueden responder las personas alrededor tuyo. Sin querer, las respuestas las buscás vos solo. Y así, ladrillo a ladrillo, la que una vez fue tu habitación de pálidas paredes hoy está llena de cosas que van a seguir ahí con vos siempre porque, con un poquito de suerte y decisión, arriesgándote, finalmente encontraste quién sos y qué te gusta hacer. Obvio que no te conocés del todo porque es una búsqueda intensiva que va a durar más allá del día que te mueras, porque si hacés un poquito de bien en este mundo medio golpeado, van a seguir hablando de vos y ahí vas a vivir. Pero te vas a conocer lo suficiente como para dejar que alguien más te conozca, uno de los actos más nobles que venimos a hacer acá.
No va a ser fácil pintar y llenar esas paredes. Y tu habitación justamente no es a prueba ni de incendios, de balas ni de palpitaciones fuertes y ásperas del corazón. Hay días en que te vas a poder tomar una siestita entre tus cálidos recuerdos y va a haber otros turbulentos donde las cosas se van a empezar a inquietar como en una montaña rusa, sin preguntarte. El secreto está en abrocharse el cinturón si podemos y poner un poquito de música después de que pase el susto. Y hay que llorar, hay que limpiar, hay que levantar los cuadritos que saltaron de la pared cuando arriba fue abajo y abajo ni sabía dónde estaba. Cerrá fuerte los ojos en los días de luz estroboscópica. Esperá a que llegue tu canción favorita y sé paciente porque vale la pena. Escribítelo con aerosol en el techo de tu habitación en el hotel. A veces uno vive sintiendo constantemente que tenemos de intrusa una enorme pila de ropa sucia por ahí. No podemos contratar a nadie para que traiga una escobita y nos elimine el pasado, lamentablemente; tampoco existen curitas tamaño extra extra extra súper large para unir las piezas en nuestra corta, mediana o larga línea del tiempo de estadía acá. Pero, nuevamente: todo se tapa, uno reprime todo hasta casi sin querer muchas veces. Lo especial se vuelve austero. Lo increíblemente bien/mal que te sentís ahora, mañana encontrará su debido contraste. Constante debe y haber, reglas que nosotros no hicimos porque no sabemos nada. Escuchame, leeme bien, pibe: todo es temporario. Absolutamente todo, sin excepción a la regla (por ahora). La balanza se mece, el universo muchas veces se aburre y se va todo al carajo, el karma a veces mete mano y la pila de ropa sucia crece, crece y crece hasta que llega un punto en que ya no te hacés drama por la bombachita que quedó ahí, casi al fondo. Y sí, viste, la bola de cristal la queremos todos, che. Pero no se puede.
Todo cae.
Todo es temporal.